EL DESEO EN FREUD Y LA TRANSMISIÓN EN PSICOANÁLISIS.
EL DESEO EN FREUD Y LA TRANSMISIÓN EN PSICOANÁLISIS.
Madrid, 18 de octubre de 1989
CARTA ABIERTA A LA ESCUELA DE PSICOANÁLISIS GRUPO CERO: Psicoanalistas, Profesores, Coordinadores y Alumnos.
He tenido el honor de haber sido nuevamente elegido para abrir una nueva temporada de pensamiento en la Escuela y, esta vez, he pensado concretamente en los diferentes motivos por los cuales volvería a ser nuevamente seleccionado para inaugurar la nueva temporada, que tiene el sabor de fin de década y de apertura a los grandes festejos de la década del 90 que, como en todos los siglos que nos anteceden, en tanto a los festejos, me imagino que por haber llegado, los hombres van proyectando y legislando los modos de vida del siglo siguiente.
¿No fue acaso en la última década del siglo pasado donde se dio comienzo a una nueva lectura de la realidad del sujeto que hizo que en este siglo, que agoniza, el hombre conociera el fondo del horror?
Debo reconocer que hoy no quiero extenderme en lo que todos conocemos, al menos por el hecho de padecer, sino que preferiría abocarme con todas las intenciones sobre lo enunciado.
Según Freud, el Deseo Inconsciente es vértice de todo diagrama posible para lo psíquico.
Toda instancia es dibujada por el deseo. Deseo que programa grandes triunfos y fracasos horribles en plena sombra.
Su habilidad es desplazarse, condensarse, hacerse humo, partirse en mil pequeños pedazos, aparecer y desaparecer permanentemente, transmutarse permanentemente para no ser hallado y en muchas ocasiones para ser del orden de lo no realizado.
¿Cómo atrapar un sentido? alguien se preguntará y ¿cómo decirle a la víctima, me pregunto yo, que la vida no tiene sentido sino aquél, sencillo, de buscar lo imposible?
Lo que no se puede tener aunque se encuentre.
Porque lo posible de ser hallado resume el gran descubrimiento freudiano pero no la vida del sujeto, ni siquiera su realidad, y se denomina Interpretación Psicoanalítica.
Método, modo de apropiarse, para sus transformaciones, de la realidad del inconsciente que en definitiva es una construcción donde se articulan secuencias de interpretaciones y, aun, el famoso fantasma francés (fuera del orden del significante) no entra dentro de la historia del sujeto, su propio cuerpo, sino bajo la forma de interpretación psicoanalítica.
Y si la interpretación habrá de ser palabra o acto, es una encrucijada de los antiguos. Después de Marx, el concreto de pensamiento es palabra y es acto al mismo tiempo, se trate de una bella interpretación o de un lúcido acto.
Los hechos no existen, la razón es obtusa, los sentimientos son siempre infantiles, el dinero es equivalente simbólico de la caca, por lo tanto del pene y de los niños, el amor casi no existe, la mujer apenas y el hombre ha fracasado, por lo menos sus revoluciones, este siglo.
El deseo inconsciente es inmortal, dice Freud, para decir algo pero eso, claramente, no quiere decir como piensan algunos psicoanalistas que una vez proclamado el deseo se vuelve inmortal el psicoanalista, sino que Freud, de manera sencilla y magistral, nos dice en esa frase que no hay vida posible sin deseo inconsciente.
A saber: la falta del Deseo inconsciente hace imposible toda teoría sobre el sujeto.
La misma muerte tiene que ver conmigo, dice Freud, padezco como sujeto una pulsión que la representa y es desde aquí de donde se desprenden con claridad las posibilidades que el método psicoanalítico tiene como futuro en el orden del cuerpo, léase, medicina, y en el orden social, léase, política.
El tiempo presente es el tiempo de la realización del deseo inconsciente y creo que buscarle cuatro patas al gato, que las tiene, no ha de hacerme sospechoso de una sagaz inteligencia.
Diré que el Deseo sólo se hace presente frente a la fórmula de psicoanalista presente.
Es relativamente fácil pensar que sin la presencia del psicoanalista, su propio cuerpo como tal, no hay deseo inconsciente.
El Deseo inconsciente es la interpretación psicoanalítica.
Más que metáfora radiante de lo Otro, desviación primordial, pedacito volante que no busca su lugar ni ser hallado, sino sencillamente desplazar el sentido para que no lo haya.
Hasta aquí y en ciertos sentidos articulado, Freud habla de una transmisión posible en psicoanálisis, es el Deseo lo que se transmite.
No sólo la clínica, sino que sobre todo la teoría se construye articulando secuencias de interpretaciones.
La teoría es clínica quiere volver a decir que sin psicoanalista no hay deseo inconsciente.
Sin interpretación no hay realidad psíquica.
Y yo soy ese psicoanalista presente que hubo para que fuera posible la construcción de lo psíquico que, como tal sujeto, lleva por nombre a quienes me dirijo, Psicoanalistas, Profesores, Coordinadores y Alumnos de la Escuela de Psicoanálisis Grupo Cero, a quienes hago responsables de la trampa en la cual, en apariencia, con tanta tranquilidad, caigo.
Caer es errar y errar, a veces, como un vagabundo, es cuestión del deseo inconsciente y yo, si algo tengo que ver con eso, tengo que estar ahí errando, poniendo mi propio cuerpo como límite al goce todo del simple hablar, que no deja de ser otra enfermedad.
Y caigo sin vergüenza porque no es el cuerpo el que teme a las palabras, sino que son el alma pura, el pensamiento ingenuo, los que temen la irrupción del cuerpo, la caída, el sencillo errar, el hablar por Otros, la interpretación. El poema.
Y si yo mismo estuve allí cuando la fundación, coordinando al grupo de arriesgados científicos y poetas que se animarían a fundar una Escuela de Psicoanálisis, en una ciudad donde no existía el inconsciente.
Sin ir más lejos, en el año 1976 (época de nuestras primeras conferencias), las viejas comentaban que esa palabra la había sacado Franco del diccionario y los periodistas al escribirla siempre, en principio, cometieron errores.
Y si yo mismo estoy aquí festejando la décima convocatoria a nuestro seminario sobre la obra de Sigmund Freud, cayendo en la trampa de cuya única salida, la interpretación, se me ha hecho responsable, habrá de querer decir que más allá donde cada uno de ustedes, para recorrer en buen estado el camino, se vaya consiguiendo un psicoanalista personal y que, por otra parte, la Escuela tendrá sus propios psicoanalistas, el psicoanalista de la cuestión Cero soy yo.
Y no salgo de la trampa por decirlo, sino que me sumerjo en ella.
Porque la cuestión Grupo Cero es psicoanálisis pero también es poesía y es por eso que no quisiera molestarlos hoy con mis reflexiones, pero haberme elegido para que os inaugure en un saber que precisamente, por no sabido, es que se sostiene, no habrá sido simplemente para demostrar que una palabra al ser dicha cae automáticamente en el vacío de lo no dicho, ni siquiera para demostrar que en la trampa del inconsciente todo ser parlante cae.
A mi entender han tratado de averiguar si algo en mí se ha modificado esta última década y entonces os diría que el: Todo para todos, de hace diez años se ha transformado en: Algo para quien sea capaz de producirlo y así, estaremos todos mucho más cerca de la enseñanza freudiana.
Abriendo, ahora, delicadamente la cuestión, Freud aconseja psicoanalizar ciertos prejuicios antes de entrar en la teoría psicoanalítica, haciendo como hacemos, forzando las palabras, podríamos decir que la teoría psicoanalítica es sólo para personas que se psicoanalizan.
Y no habríamos exagerado mucho la frase de Freud que en última instancia donde él la pronuncia es para llamar la atención sobre los problemas sexuales inconscientes del candidato a conocer su obra.
Realidades inconscientes, dice Freud, que operarían de resistencia a la comprensión saludable de los textos psicoanalíticos.
Posiciones narcisísticas del sujeto que lo llevan hasta la exterminación de una frase o su contraria, por no poder soportar lo que esa frase anuncia para él mismo.
En pocas palabras, aquietada la envidia, dominado el asco por la existencia en el mundo de otras personas además de mí mismo, elaborado un gran porcentaje de los celos como deseo y aceptado que aunque lo conozca todo, que es imposible, no lo podré tener.
Recién, ahora, dice Freud, podré dejarme llevar por la mano del inconsciente en los textos psicoanalíticos.
El deseo en Freud tiene que ver con la transmisión del psicoanálisis en la fórmula sencilla que ya podemos decir sin ignorancia:
El deseo en Freud es la transmisión del psicoanálisis.
Una fórmula sencilla abierta a la polémica y abierta también a miles de frases posibles de ser articuladas en la falta de sentido del deseo.
En la falta de sentido de la vida del hombre moderno, a menos que el sentido sea buscar la felicidad que es imposible y de hallarla no estaríamos preparados para gozarla más allá de nuestro deseo.
Deseo inconsciente que funda y regula toda nuestra actividad en sucesos del lenguaje, para decirlo con mayor certeza, la vida del sujeto condensada en un hecho de las palabras entre sí.
El sujeto no es ninguna de las palabras sino el puente indeciso de sus conjugaciones.
El psicoanalista al igual que el poeta es un diestro sin manos, sus voces son instrumentos de alguna de las tomas de lo Otro.
A esta altura cualquiera de vosotros podría intentar decir que una teoría así merece ser vivida, pero es precisamente de eso de lo que quiero hablar antes de cerrar este latido para que dé comienzo la temporada.
Sería conveniente que se vayan curando de esa intensa pasión por vivirlo todo ya que todo si del psicoanalista se trata tiene sus límites en los límites propios de una conversación, donde si bien se me podría decir que ambos participantes de la conversación padecen de lo mismo (los efectos inconscientes en el simple hablar) a mí se me ocurre que el mismo padecimiento es llevado a cabo en diferentes estilos.
Uno es el psicoanalista, otro el psicoanalizando.
Uno compra, el otro no tiene para vender sino su tiempo.
El riesgo lo corre siempre el psicoanalista, el que paga es el que se psicoanaliza.
Cuando la conversación finaliza, el psicoanalista, en general, sigue siendo psicoanalista.
Lo que no queda de ninguna manera asegurado es que el que se psicoanalizaba al finalizar quede transformado en psicoanalista.
Quiero dejar claro que, para desear y transmitir, no ha de alcanzar la sencillez del habla ya que si bien por ésta entramos en el juego, el habla no es historia a menos que la escriba y ella misma, por serlo, ya estaba escrita.
MIGUEL OSCAR MENASSA