Enamoramiento: No hay ninguno que no repita modelos infantiles
{…] tal es el carácter esencial de todo enamoramiento: No hay ninguno que no repita modelos infantiles.
Precisamente aquello que constituye su carácter obsesivo, rayando en lo patológico, procede de su condicionalidad infantil. El amor de transferencia presenta quizá un grado menos de libertad que el amor corriente, llamado normal; delata más claramente su dependencia del modelo infantil y se muestra menos dúctil y menos suceptible de modificación; pero esto no es todo, ni tampoco lo esencial. ¿En qué otros caracteres podemos, pues, reconocer la autenticidad de un amor? ¿Acaso en su capacidad de rendimiento, en su utilidad para la consecución del fin amoroso? En este punto el amor de transferencia parece no tener nada que envidiar a los demás. Nos da la impresión de poder conseguirlo todo de él. Resumiendo: no tenemos derecho alguno a negar al enamoramiento que surge en el tratamiento analítico el carácter del auténtico. Si nos parece tan poco normal, ello se debe principalmente a que también el enamoramiento corriente, ajeno a la cura analítica, recuerda más bien los fenómenos anímicos anormales que los normales. De todos modos, aparece caracterizado por algunos rasgos que le aseguran una posición especial: 1º. Es provocado por la situación analítica. 2º. Queda intensificado por la resistencia dominante en tal situación; y 3º. Es menos prudente, más indiferente a sus consecuencias y más ciego en la estimación de la persona amada que otro cualquier enamoramiento normal. Pero no debemos tampoco olvidar que precisamente estos caracteres divergentes de lo normal constituyen el nódulo esencial de todo enamoramiento.
Para la conducta del médico resulta decisivo el primero de los tres caracteres indicados. Sabiendo que el enamoramiento de la paciente ha sido provocado por la iniciación del tratamiento analítico de la neurosis, tiene que considerarlo como el resultado inevitable de una situación médica, análogo a la desnudez del enfermo durante un reconocimiento o a su confesión de un secreto importante. En consecuencia, le estará totalmente vedado extraer de él provecho personal alguno. La buena disposición de la paciente no invalida en absoluto este impedimento y echa sobre el médico toda la responsabilidad, pues éste sabe perfectamente que para la enferma no existía otro camino de llegar a la curación. Una vez vencidas todas las dificultades, suelen confesar las pacientes que al emprender la cura abrigaban ya la siguiente fantasía: “Si me porto bien, acabaré por obtener, como recompensa, el cariño del médico.” Así, pues, los motivos éticos y los técnicos coinciden aquí para apartar al médico de corresponder al amor de la paciente.
No cabe perder de vista que su fin es devolver a la enferma la libre disposición de su facultad de amar, coartada ahora por fijaciones infantiles, pero devolvérsela no para que la emplee en la cura, sino para que haga uso de ella más tarde, en la vida real, una vez terminado el tratamiento.
de Sigmund Freud OBSERVACIONES SOBRE EL “AMOR DE TRANSFERENCIA” 1914 (1915)