MISS LUCY R. HISTORIALES CLINICOS DE FREUD

MISS LUCY R.

HISTORIALES CLINICOS DE FREUD

30 años – 1892

Condición indispensable para la adquisición de la histeria es que entre el yo y una representación surja una relación de incompatibilidad. El yo se va a querer desligar de esa incompatibilidad con mecanismos, la forma de defensa histerica consiste en la conversión de la excitación en una inervación somática, consiguiendo así que la representación insoportable sea expulsada de la conciencia del yo, la cual acoge en su lugar, la reminiscencia somática nacida por conversión y el afecto la hace padecer.

A finales de 1892, viene derivada a la consulta una joven paciente tratada por un médico amigo de una rinitis supurada crónica. La cronicidad era debida a una caries del etmoides. Se le habían sumado en los últimos días síntomas que no se le podían atribuir a esta afección.

Habiendo perdido por completo el olfato, la paciente se sentía perseguida por una o dos sensaciones olorosas de caracter subjetivo, ademas se sentia deprimida, fatigada, con pesadez de cabeza, había perdido el apetito y no se sentía capaz de llevar a cabo actividad alguna.

Era de nacionalidad inglesa y ejercía funciones de institutriz en la casa del director de una fábrica. Su constitución era delicada, de pigmentación muy pobre y gozaba de salud normal, salvo la afección nasal.

Como síntoma histérico presentaba una clara analgesia general, teniendo el tacto conservado. El interior de la nariz estaba totalmente analgesico y sin reflejos, pero sensible al tacto. Las sensaciones olfativas estaban anuladas.

Cuando llega a la consulta, el catarro nasal supurado estaba en franca mejoría. El cuadro en general tenía las características de la histeria y lo más importante a considerar sería que las sensaciones olfativas de carácter subjetivo, mostraban una especialización que tendría que ligarse a un origen real. El olor que se le aparecía alucinatoriamente fue definido por ella como olor a harina quemada.

Freud deduce que este olor tendría que ser el que habría reinado en la ocasión del suceso traumático. La elección del olfato se apoyaba en su afección nasal que la llevaba a darle suma importancia a todo lo que se relacionaba con la nariz. El punto de partida para la investigación de este caso, queda fijado a este olor a harina quemada y las sesiones se realizarán con cierta irregularidad debido a problemas de horarios de la paciente, con sesiones que se cortaban en un punto que luego sería retomado en la próxima sesión.

La novedad sería que Miss Lucy no caía en estado de sonambulismo al intentar con ella la hipnosis, motivo por el cual Freud renuncia al mismo llevandose a cabo todo el análisis en un estado que se diferenciaba muy poco del estado normal. El entusiasmo de la época estaba puesto en la terapia hipnótica que era considerada como la más poderosa de todas, pero en la práctica este resultado de suma eficiencia, le era a Freud difícil de conseguir y se le planteó de esta manera la disyuntiva entre abandonar el metodo catartico o aplicarlo igual, fuera del estado de sonambulismo, despreocupandose de conseguir el grado de hipnosis que correspondía a estados de catalepsia o sonambulismo, porque se dio cuenta que no influian demasiado en la reanimación de recuerdos olvidados en la medida en que eran necesarios, y que la insistencia con los pacientes despertaba en ellos siempre un grado de resistencia que no lo beneficiaba, porque disminuía la confianza que el paciente tenía puesta en él, y que tan necesaria era para su labor psíquica, que era lo realmente importante.

Así pues que en aquellos casos donde en la primera tentativa no lograba el estado de sonambulismo o determinado grado de hipnosis, abandonaba este método y exigía tan sólo la “concentración”, y como medio para conseguirla, ordenaba a la paciente que se tendiese en el diván y cerrase los ojos. Pero al renunciar al sonambulismo renunciaba también a ese grado de ampliación de la conciencia, por la cual los enfermos disponían de ciertos recuerdos y reconocían ciertas  conexiones, inexistentes al parecer en su estado normal de conciencia, y por lo tanto no llegar, este era su temor, a acceder a las causas que determinaban los síntomas.

Pero este obstáculo fue salvado por el recuerdo de la experiencia de Bernheim quien demostró que las reminiscencias del sonambulismo, sólo aparentemente se hallan olvidadas en el estado de vigilia y que frente a la negativa de los pacientes a recordar, este les colocaba la mano en la frente como para ayudar a concentrar sus pensamientos, asegurando que iba a recordar todo enseguida, y con este procedimiento conseguía que le relatase todo aquello que en el estado de sonambulismo parecía no haber advertido, ni saber en el estado de vigilia.

Entonces Freud adopta este método y cuando con la paciente llegaba al punto donde   ésta le decía: “no lo se”, usaba el procedimiento de colocar una mano sobre la frente enferma, o tomar la cabeza entre sus manos diciéndole: “la presión de mi mano despertara en Ud. el recuerdo buscado, en el momento en que las aparte de su cabeza, Ud. recordará”. Sorprendido él mismo por los resultados obtenidos de esta manera, comienza a pensar que los pacientes seguramente habían tenido conocimiento de lo buscado, pero que lo habían rechazado, no reconociendolos como tal. Y agrega un comentario que más tarde lo va llevar a definir la censura, diciendo que en estos casos, los pacientes no habían aprendido a dejar en reposo su facultad crítica y habían rechazado el recuerdo emergente, considerándolos inaprovechables y creyendo que se trataba de elementos extraños al tema tratado.

Es entonces que se independiza del efecto hipnótico y comienza a considerar el olvido de recuerdos, afirmando que con frecuencia este olvido es voluntario, y que nunca se olvida totalmente. En este momento comienza a experimentar con el olvido de nombres, fechas, días, años, etc.

Volviendo a miss Lucy, la tenemos entonces tendida en el diván, en estado ligero de influjo, con los ojos cerrados, expresión casi rígida, e inmovilidad casi completa, escuchando que Freud le preguntaba si sabía en qué ocasión advirtió por primera vez el olor a harina quemada. Y ahí comienza la historia:

Fue hace dos meses, dos días antes de mi cumpleanos, me hallaba con las niñas de las que soy institutriz en el cuarto y jugábamos a hacer una comidita en el hornillo, cuando el cartero trae una carta, que deduje por la letra y el sello, de mi madre, que las niñas me la arrebatan diciendo que seguramente es una felicitacion de cumpleanos, y que me la van a entregar el dia de mi cumpleanos. Mientras jugaban así, dando vueltas alrededor mio, se difundió por el cuarto un fuerte olor a harina quemada que procedía de la cocinita que habían dejado olvidada. Desde ese entonces el olor no la abandonara y se hará más intenso cuando según ella está más excitada.

Y aquí a instancias de Freud, que no deja de preguntarle, comienza a desarrollarse un diálogo que va pasando por las siguientes frases: “Me impresionó el cariño que las niñas me demostraron en aquella ocasión”. “Mi posición en la casa era un tanto difícil; el ama de llaves, la cocinera, y la institutriz francesa habían armado una trama y le fueron a contar al abuelo de las niñas cosas en contra de mi, y cuando acudí a él y al padre de las niñas, no encontré el apoyo que buscaba y presenté mi dimisión”. A pedido del padre de las niñas, es invitada a reflexionar durante las dos semanas próximas, y decide quedarse. Y a pedido de Freud que con sus preguntas la instiga a seguir asociando, arma la trama de la historia de sus deseos.

Ella había prometido a la madre de las niñas de la que era medio pariente, cuidarlas hasta el final. Cuando llega la carta de la madre, recuerda esta promesa y el conflicto se define por sus sentimientos encontrados, ganas de quedarse y de irse, que se ligan al olor que salía de la cocinilla, quedando enlazado como símbolo del trauma dado por el conflicto.

El conflicto de los afectos había elevado el momento a la categoría de trauma y la sensación olfativa era su símbolo. La elección del olfato fue debido a la afección nasal de la sujeto, dándole aquí al órgano la calidad de zona erogeneizada, ya que dice Freud: “En su excitación durante la escena descrita, percibió sin embargo el olor a harina quemada, el cual venció su anosmia, orgánicamente motivada”

De todas maneras no se da por satisfecho y se pregunta porqué todo esto no se había desarrollado dentro de los límites de la vida psíquica normal y porque la conversión. De la experiencia de observaciones de casos anteriores, ya había sacado Freud algunas conclusiones, por ejemplo, sabía que en los casos de histeria había una condición previa que debía cumplirse, la de que una representación sea expulsada voluntariamente de la conciencia, oprimida, y excluida de elaboración asociativa.

La magnitud de excitación que no puede entrar en asociación psíquica, encuentra el camino equivocado que conduce a la inervación somática. La representación reprimida se venga haciéndose patógena. Pero le falta incluir en esta concepción de la conversión un elemento más que debía existir siempre entre las premisas del trauma, y aquí Freud comienza a delinear todo lo que será más tarde la maternidad del inconsciente, la sexualidad.

Entonces con toda valentía, como él dice, le comunica a la paciente: “No creo que sea el cariño por las niñas, usted está enamorada del padre y teme que descubran sus ilusiones y se burlen”.

Vencida esta resistencia ella responde que sí, que era así, pero que ella no lo sabía o más bien no quería saberlo. El buen trato y una conversación sobre las hijas, donde los ojos de él reflejaban un singular enternecimiento, dieron lugar a sus sentimientos amorosos, que por otra parte eran rechazados, porque ella era pobre y él un hombre rico y de familia  distinguida.

Fue solo ese instante de la mirada lo que provocó su amor por él, y así fue que en el análisis estuvo de acuerdo en coincidir que esa mirada fue en relación al recuerdo de su esposa muerta y llegó a convencerse de lo imposible de esta relación.

De todas maneras esta aceptación, no terminó con el síntoma y su mejoría fue leve, las quejas y la represión continuaron, así como persistía cuando estaba muy excitada el olor a harina quemada. La persistencia de este símbolo le hizo suponer a Freud que no solo integraba la escena fundamental relatada, sino también que integraba a otros pequeños traumas secundarios, y entonces comienza a investigar todo aquello que tenía relación con la escena de la harina, los disgustos domésticos de esta mujer, la conducta del abuelo, etc. hasta que la sensación olfativa solo ocurre raramente.

Levantado el síntoma ocurre una interrupción larga del tratamiento porque en ese momento hay un recrudecimiento de la afección nasal y allí es cuando le descubren una caries etmoides. Después de la interrupción retoma el tratamiento ya habiéndose reconciliado con todos los integrantes de la casa, habiendo desaparecido el olor a harina quemada y siendo este sustituido por el olor a humo de tabaco, que si bien existía antes, estaba oculto por el anterior.

Por lo tanto Freud se da cuenta que tropieza con el inconveniente de toda terapia sintomática, aquel que es el de no suprimir el síntoma, sino que otro ocupe su lugar. Es aquí cuando de común acuerdo deciden continuar el tratamiento.

Comienza por lo tanto otro giro de asociaciones con respecto al humo del tabaco que fumaban los señores cuando venían de visita a la casa y dos acontecimientos protagonizados por las visitas van a determinar la escena temida, que tendrá que ver con la posibilidad de la pérdida del amor del hombre del cual se había enamorado.

La primera escena es recordada por ella y se trata de del enojo del padre de las niñas frente al contador, cuando este besa en los labios a las niñas, cosa que a él le disgusta y que le hace gritar con violencia: “No bese Ud. a las niñas”.

La segunda escena que recuerda bajo la presión de la mano de Freud sobre la frente, es en realidad la que estaba reprimida, la primera, la que constituyó el trauma verdaderamente eficaz y la que prestó a la escena desarrollada con el jefe de contabilidad, su eficacia traumática.

En esta primera escena, es una señora la que besa a las niñas en la boca, y el grito del padre va dirigido a la institutriz junto con la amenaza de que si se volviese a repetir, ella sería la única responsable y que entonces el no confiaria mas en ella, encomendandole a otra persona el cuidado de las niñas.

Esta amenaza cayó en el momento de mayor enamoramiento y tuvo por lo tanto, un efecto muy doloroso para ella, es decir traumático.

El reconocimiento de su amor imposible la alivio, y si bien no dejo de amarlo en silencio, dejó de atormentarse, recuperó su bienestar y la sensibilidad y los reflejos habían retornado casi por completo. La paciente distinguía ya los diferentes olores, aunque con cierta inseguridad y solo cuando eran muy intensos. Freud atribuye este grado de anosmia remanente a la afección nasal de la sujeto. El tratamiento duró 9 meses, cuatro meses después se encuentra con ella que dice sentirse bien y no haber vuelto a experimentar trastorno alguno.

Epicrisis:

Condición indispensable para la adquisición de la histeria es que entre el yo y una representación surja una relación de incompatibilidad. El yo se va a querer desligar de esa incompatibilidad con mecanismos, la forma de defensa histerica consiste en la conversión de la excitación en una inervación somática, consiguiendose asi que la representación insoportable sea expulsada de la conciencia del yo, la cual acoge en su lugar, la reminiscencia somática nacida por conversión y el afecto la hace padecer. En este caso el padecimiento es olfativo, afecto que se liga de manera poco clara a tales reminiscencias. La situación queda así inmodificable, dado que la contradicción que hubiera exigido la derivación del afecto, ha sido suprimida por medio de la represión y la conversión. De este modo el mecanismo que crea la histeria constituye por un lado, un acto de vacilación moral, y por otro, un dispositivo protector puesto al alcance del yo, y agrega que una mayor medida de valor moral hubiera sido ventajosa para el sujeto.

 A continuación y de una manera que nos deja ver la simpleza de sus construcciones, va a describir el mecanismo de la represión secundaria cuando dice: “el verdadero momento traumático es aquel en que llega la contradicción al yo, y este decide el extrañamiento de la representación contradictoria que no es destruida sino mandada a lo inconsciente. Una vez desarrollado este proceso, queda constituido un nódulo o núcleo de cristalización para la formación de un grupo psíquico del yo, núcleo en derredor del cual se reúne después todo aquello que habría de tener como premisa la aceptación de la representación incompatible”. La disociación de la conciencia, es en este caso de histeria adquirida, voluntaria e intencionada, o por lo menos iniciada en un acto de voluntad. Aunque en realidad lo que quisiera el sujeto es diferente, él quiere suprimirla y lo único que logra es que devenga inconsciente, es decir aislarla psíquicamente.

A continuación marca las dos escenas como si estuviese esbozando lo que más tarde Lacan llamará S1 y S2. Diciendo: los síntomas histéricos surgieron más tarde, no con la primera escena sino en momentos que podemos calificar de auxiliares, y que se caracterizan por el hecho de que en ellos confluyen temporalmente los dos grupos psíquicos separados, como sucede en la conciencia ampliada del sonambulismo.

El primero de estos momentos en que tuvo efecto la conversión, fue para Lucy la escena cuando el contador quiso besar a las niñas. En este punto entró en juego el recuerdo traumático, y la sujeto se condujo como si no hubiese rechazado de sí todo lo que se refería a su inclinación hacia el padre de las niñas.

El segundo momento auxiliar , repite el mecanismo del primero. Una intensa impresión restablece pasajeramente la unidad de la conciencia, y la conversión sigue el mismo camino que se abrió ante ella la primera vez.

“Es muy interesante comprobar, agrega, que el síntoma surgido en segundo lugar encubre al primero, de manera que este no es sentido claramente hasta después de suprimido aquel. También me parece digna de atención la inversión del orden cronológico, a la cual nos vemos obligados a adaptar el análisis. En toda una serie de casos me ha sucedido así, que los síntomas posteriores surgidos encubrian a los primeros y sólo el último hasta el cual penetró el análisis es el que contenía la clave de la totalidad”.

Miguel Oscar Menassa

FREUD Y LACAN -hablados- 4

Editorial Grupo Cero

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